Cubierto estaba su rostro
De barro, humo y hastío.
Le debía la muerte al miedo,
El rencor a los silencios
Y un grito a las ganas de matar.
Su vida se destrozaba,
En lo profundo de su ser
A sus sueños los devoraba
La furia casi animal.
Ni cerrar los ojos valía
Para esta vida esquivar
Dolorosa, siempre enemiga
Que su esperanza quemo.
Cansado, casi moribundo
Su camino para siempre extravió.
Pero es la agonía que impone
El momento de desfallecer.
El tiempo entonces se encargó
De borrar las tristes huellas
Que un cuerpo desnudo dejó.
